Tal como se especulaba, Julio Humberto Gronodona fue reelecto por octava vez como presidente de la Asociación del Fútbol Argentino. La votación se realizó en la sede de la calle Viamonte y arrojó un resultado de 46 a 0. Así, el único dirigente que persiste desde la última Dictadura Militar comenzará su noveno período al frente de la casa madre del fútbol nacional.
Sonríen. No de alegría, no de felicidad, mucho menos por tener el alma limpia, la dignidad salvaguardada. Ríen de perversos nomás. Ríen porque se sienten impunes. O, peor que eso, ríen porque son impunes. No hay denuncia que les quite esa mueca tenebrosa que se dibuja en sus caras desde hace 32 años y que vaya a saber uno cuántos años más seguirá perpetuándose.
Es cierto que no es necesario toparse con el cleptómano mientras roba para saber de su enfermedad. Pero si se lo ve, el golpe es aún mayor, casi una cuestión morbosa. Ayer se lo vio con las dos manos en la masa, haciendo jueguitos con el deporte que más pasión despierta en nuestro país. Y hoy se encargó de decir que "es una imputación falsa". Ni la tecnología más moderna sería capaz de haber logrado semejante montaje. Sus palabras se desvanecen.
Entonces, fue electo. El ferretero que es Presidente de la AFA desde 1979, y además Vicepresidente Primero de la FIFA, seguirá en su cargo hasta el 2015. Pero indirectamente, se eligió que siga siendo presidente del Colegio de Arbitros, del Comité de Justicia de AFA, etc. Porque los tentáculos están cada vez más fortalecidos y operan desde Viamonte al 1900.
¿Electo? Bueno, las opciones eran él o... Nadie. ¿Por qué? Porque cuando hubo que presentar avales para la candidatura de Fernando Raffaini, actual presidente de Vélez y único que se postuló como opción, algunos se bajaron justo a tiempo. Mientras que otros levantaron la mano a favor del único dirigente electo en la última dictadura que mantiene su cargo.
Esas manos, las que votaron a favor de Julio Grondona, están sucias y cada vez revuelven más el barro. También sus bocas, las de doble discurso, las de "te odio" por atrás y "te amo" en público. Conveniencia, inteligencia, estrategia, son algunos de los términos que eligen para enmascarar los dos que realmente los describen: obsecuencia y corrupción.
La cadena es larga. La obsecuencia es retroalimentaria. Comienza allí cuando la mano inquisidora toca el fondo de la lata, cuando en sus clubes ciertos dirigentes dan vuelta la alcancía y ven que ya no cae nada, que ya se robaron todo. Entonces, aparece el Dios salvador. Ese que les hace un guiño, les dice que "todo pasa" y los "ayuda" a salir adelante. Claro, ese favor tiene el precio del alma. De allí en adelante, levantar la mano se convierte en cuestión de vida o muerte, ya que la votación no tiene nada de secreta. "Les doy las gracias por el aguante", dice el presidente tras el contundente 46 a 0. Obviamente, si es cuestión de retribuciones...
El fútbol habla con el corazón. El deporte lo hace con la hidalguía del competidor y la dignidad. Esas cualidades no se arreglan con un amparo judicial, no se subsanan con los reclamos estériles de empresarios tan (o más) corruptos que los dirigentes vigentes. Por eso, aquí se omiten. Una firme razón sustenta esta decisión: sin desmanejo no hay pedido de ayuda y sin ayuda no hay obsecuencia. En 2015, habrá una nueva versión de esta historia de nunca acabar. Por lo pronto, agachen la cabeza y sigan...
