El Burrito cumplió dos décadas de su debut en Primera, con la camiseta de River. Hoy, en Defensores de Belgrano y casi sin posibilidades de volver a vestir La Banda, sigue despertando tanto o más cariño que el que generó en su mejor época.
Miércoles repleto de nostalgia. Por un lado, el vigesimoquinto aniversario de la obtención de la Copa Intercontinental. Y por el otro, el vigésimo aniversario del debut de Ariel Ortega en Primera. El momento más glorioso del club y el último ídolo aunados por un 14 de diciembre que debería ser festivo, pero que en este 2011 encuentra un contexto cargado de dolor.
De todas formas, así como los campeones de 1986 tendrán esta noche su merecido homenaje organizado por el Frente Angel Labruna, el Burrito también se merece que todo River recuerde aquella tarde en la que -con apenas 17 años- se puso La Banda para empezar a regalar toda la magia que había forjado en Ledesma.
Gambeta, picardía, rebeldía, potrero y, por sobre todo, amor por la camiseta. Esas serían las características de su carrera 20 años después de aquel debut en cancha de Independiente, contra Platense. Un debut que tuvo a Daniel Passarella en el banco de suplentes, su padre deportivo, y que marcó el inicio de un camino directo a la idolatría.
Esa que se mantuvo inalterable aún a pesar del gol que le gritó a River jugando para Newell's, porque en realidad se trató de un grito de bronca dedicado a Aguilar y sus dirigentes, que en 2003 no habían movido un pelo para destrabar la inhabilitación que le impuso la FIFA como consecuencia de su conflicto con el Fenerbahçe.
Cómo será que todavía hoy, después de tantas recaídas y sin ser aquel que bailaba al rival a puro quiebre de cintura y velocidad, sigue despertando el mismo amor que supo generar en su mejor época. A tal punto, que los hinchas de River sueñan -aunque más no sea por una vez- volver a verlo con La Banda.